a-tormentada

Habíamos bajado hacía 5 minutos del bus. Estabamos estirando las piernas todavía. Montandonos las mochilas a los hombros y revisando los mapas.
Intentando esbozar algún tipo de itinerario, algún orden a seguir para que la plata cundiera lo más posible y el carrete también.
Nos dividimos en dos grupos de a tres. Nadie nos iba a llevar si andabamos todos juntos. Decidimos un punto de encuentro y nos pusimos a caminar rumbo a la carretera austral. Ahí cada grupo vería como llegar a destino.
La cosa,
era llegar.

Ninguno tenía celulares. Nos habíamos negado a llevar nada tecnologico. El cobro revertido sería nuestro mejor amigo. El partner de nuestros viejos y amigos. Así que en cuanto nos empezamos a perder de vista, ya no habia vuelta atrás.

Mi grupo hizo dedo, pero nunca nadie nos llevaba. Ellas, ya se habían ido hacía rato.
Intentamos una y otra vez, pero solo nos quedaba caminar.
Entonces...
obvio...
la lluvia.

Esa lluvia del sur. Esa lluvia que no sé cómo, ni cuándo, ni porqué, pero que se mete en toda tu ropa. En cada rincón de la mochila.
Plan de emergencia: bolsas de basura sobre las mochilas y sobre los hombros.
Pero era como si las gotas nos envolvieran, como si lloviera de arriba, de abajo, de todos los lados, las diagonales, en posición invertida!

La carretera era infinita. Nos veiamos los tres de negro, caminando al costado del gris, atrás un azul delirante, casi imposible -a pesar de la lluvia- y a hacia ambos costados planicies verdes eternas. De un verde que acá, en la ciudad, se desconoce.
Después de un rato de caminar, mojados, improvisados, cansados, llegamos a un paradero naranjo, de aquellos de carretera. Nos bajamos las mochilas y descansamos.

Recuerdo que no pasaba nadie, asi que ni siquiera se podia hacer dedo. Recuerdo que hicimos dedo a un par de camiones, unas camionetas y un auto, pero nadie paró. Recuerdo haber maldecido a los conductores de camioneta por su miserable falta de buena onda.
Recuerdo que cuando ya habíamos probado todo, nos pusimos a jugar al lado de la carretera. Nos levantabamos el pantalón, mostrando el tobillo, a ver si seducíamos a algun conductor. Recuerdo que dos se escondían mientras el otro hacía dedo. Recuerdo que justo venia una camioneta blanca, con la parte de atrás techada. Y era mi turno de jugar, pero yo no quería jugar mucho, quería que de verdad me llevaran a destino y no mojarme más. Entonces me arrodillé. En la carretera... no, en medio, obvio... sino al costado. Me reía a carcajadas, porque pensaba, si estos no paran... se van al infierno, así que o paran... o se van al infierno. Y pararon.
Eran una pareja. El y ella, de más o menos 40 años. De Santiago.
Y pararon.
Y nos llevaron.
Y nos subimos a la parte de atrás empapados y riendo como locos.

1 commentarios:

C. dijo...

Wow, qué aventurera.

¡Yo quiero!