Ella

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Ella va caminando cabizbaja.
(la vemos caminando, nos da su perfil, desde los pies hasta la cabeza, vemos un pedazo de la vereda a sus pies y un poco del cielo sobre su cabeza).
Hace frío, lleva un abrigo negro hasta la rodilla, su cabeza va cubierta con el gorro de su polerón, las manos están en los bolsillos, su mirada pegada al pavimento. Su respiración deja una estela blanca en el aire.
Ella pasa por fuera de una universidad.
(la vemos pasar, todavía dandonos su perfil, frente a un letrero que no mira, al que no le pone atención)
Desde adentro unas siluetas borrosas la saludan, pero ella no levanta su cabeza, continua su camino, con pasos pesados.
Llega a una plaza pequeña.
(vemos la plaza, hay un par de bancos ocupados por un par de personas abrigadas, aunque no lo está, se siente como si estuviera llena, cuando la ven parada, la miran; vemos su cara, sus ojos brillantes, llenos de un sentimiento solitario, vemos unos audifonos conectados a sus oídos que se confunden con el pelo, ella mira como buscando algo que no encuentra y parte de nuevo).
Ella camina por una calle, hacia un cruce, cuatro esquinas.
(vemos su espalda, su cabeza tapada y la esquina).
La calle está rodeada de edificios y los árboles que la bordean llenan el cielo con sus copas y el suelo con sus hojas secas. El sol pinta el paisaje con los primeros rayos, los colores están al máximo, el suelo permanece mojado como si hubiese llovido.
Ella se detiene en la esquina.
Mira hacia un costado y encuentra un lugar donde sentarse, una suerte de salida de concreto entre dos pequeños bloques de pasto que se escapan del gris.
(la vemos frente a nosotros, desde el otro lado de la calle: a su lado hay un árbol con una copa que no se decide entre el verde y el amarillo, las ojas en el suelo la rodean y cae sobre ella una sombra amable, protectora)
Ella se sienta en el borde de la vereda, cruza los brazos sobre sus rodillas y esconde su cabeza.
Asoma solamente los ojos brillantes, pero vacíos.
Mira hacia el otro lado de la calle.
(vemos desde sus ojos, se ve un pedazo de la calle, la vereda, las plantas del ante-jardín de una casa, una pared blanca; delante de la pared blanca y antes de la vereda, hay un pedazo de pasto verde, brillante; al frente, al lado derecho hay un grifo amarillo chillón, con la parte para poner la manguera oxidada, que termina en un hoyo negro; al lado izquierdo del grifo hay un poste de luz, gris, que con esta luz se ve casi blanco y que no se quiere despegar de la pared blanca que tiene detrás; al lado izquierdo, al frente de ella, hay otro arbol, escualido, chico, con un tronco que apenas se puede llamar tronco; volvemos a verla frente a nosotros).
Pasa un auto que le mueve el pelo. Ella no se inmuta. Su mirada continúa triste.
Los ojos se le llenan de lágrimas y esconde de nuevo la cabeza entre sus brazos apoyados sobre sus piernas.
Pasa un ciclista, luego otro. Un señor vestido de azul con amarillo comienza a barrer la calle, en la esquina, frente a ella. Ella no se mueve.
De pronto levanta la cabeza, mira al sol.
Se acuesta con la espalda sobre el pavimento, a sus lados el verde del pasto y el amarillo de las hojas brillan intensos.
(vemos las hojas del árbol que le ofrece un poco de sombra, las ramas poco tupidas, el sol encandila desde la derecha; vemos su cara desde el mismo ángulo, tiene los ojos acuosos y las mejillas humedas, pestañea y cae una gota que se revienta en el suelo ya mojado, donde se pierde)
Ella no tiene cara de tristeza ahora. Por un segundo pierde toda expresión.
Finalmente sonríe y continúa sobre el concreto, entre el pasto y las hojas secas, todavía con las manos en los bolsillos y la cabeza tapada con el capuchón de su polerón.

3 commentarios:

Anónimo dijo...

y te digo.

BigFella dijo...

¡Cómo estás escribiendo, mujer!

hay que juntarse en algún minuto de este año, digo yo

Anónimo dijo...

perfect!