Were we?

Cuesta dejar ir. Duele a ratos. Miento. Duele todo el tiempo. Es como un ardor constante, que duele un poco, que molesta, al que se le puede echar agua y pasa durante un rato. Luego, quizás cuando tengo la guardia baja, aparece el dolor como una punzada. Fuerte, claro, certero, inaguantable. Entonces es cuando me derramo. Cuando me dejo ir y no lucho más, por que sé que no tiene sentido. Al rato pasa. Y vuelve a sentirse ese ardor, que a la larga, se transforma más en un refugio que en algo de lo que quiera salir... porque sé que todavía no hay salida y que esto... lo tengo que vivir.

No sé qué es lo que más me cuesta dejar ir. A veces siento que dejar ir a la persona, es fácil, no lo necesito. Ni tocarla ni verla ni sentirla. Quizás por que me he dado cuenta de que no importa si no está a mi lado... lo que siento, persiste. Y es entonces cuando pienso que lo que cuesta es dejar ir los sueños, los anhelos, los proyectos. Pero qué frío sería que doliera dejar cosas que no existen, no?

Lo que siento... lo que mejor explica lo que siento es una imagen que me da vueltas cada vez que lloro. Es como si tuviera algo pegado a las entrañas. Pegado hace mucho tiempo, como cuando niña me caía y me ponían parche-curitas, que se quedaban por tanto rato en mis rodillas, que al final lo que dolía no era la herida misma, sino sacar el parque que la protegía y que estaba pegado a ella también.

Bueno... tengo un parche-curita puesto en el corazon... a ver cuánto me demoraré en sacarlo... sé que va a doler.